CAPÍTULO I: Esa sensación en el estómago

Imagen: Amazónico Madrid

*Música durante la lectura (para sentir mejor el ambiente de este capítulo os recomiendo esta canción de fondo)

21:57, julio, Madrid. No se habían visto nunca, ni tampoco iban a encontrarse. Ella venía pensando en lo que iba a cenar esa noche; un pensamiento bastante frecuente que pasa por la mente femenina cuando la cita no te entusiasmaba demasiado y acabas aceptando por falta de planes, de ganas de quedarte en casa o de comida en las baldas de tu nevera… aunque en el fondo tenía la esperanza de que ese hormigueo en el estómago se quedara, pero no por el hambre.

Tacones de raso negro cruzaban la calle Velázquez con dirección a Jorge Juan 20, mientras un coche deportivo conducido por un hombre de apariencia nórdica estaba esperando la luz verde para arrancar. Sus pensamientos sobre inversiones y reuniones fueron opacados por el caminar de la dueña de esos zapatos, que por un segundo encontró sus ojos con los suyos. Era joven, alto y guapo – todo aquello lo que las chicas soñamos, pero también era un cabrón, la clase de hombre de la que supuestamente huimos, pero a pesar de los intentos, casi siempre caemos en el poder de ese mamífero ovino. Se quería, se notaba a kilómetros, y como a Julio Iglesias, también le gustaban las mujeres y el vino. A su edad ya tenía una fortuna a sus pies; millones que se gastaba en coches de alta gama, viajes, relojes suizos, trajes a medida y las dos cosas mencionadas con anterioridad. 

«Se quería, se notaba a kilómetros, y como a Julio Iglesias, también le gustaban las mujeres y el vino.»

La delicada silueta femenina se acercaba a una majestuosa puerta, sostenida por el portero del local, que rodeada de cristaleras enmarcadas en exóticas plantas, abría la entrada a la selva más chic de Madrid Restaurante Amazónico.* Su aforo confirmaba que seguía siendo un lugar must go de la capital española, el restaurante de moda de Madrid. Ella echaba de menos esa música con enigmáticos acordes tribales, ese ambiente de luces tenues envuelto en telas con motivos salvajes y la vegetación tropical, que hace meses no visitaba. Mientras la azafata guiaba a la joven a la mesa donde la esperaba su acompañante, ésta observaba a grupos de amigos, que entre risas y cócteles, disfrutaban de una divertida velada bajo una lluvia de lianas, a parejas decidiendo entre sashimi y ostras del menú en la «Barra Japonesa« y a los chefs sazonando y dorando entre llamas los deliciosos platos a la carta, que ella estaba a punto de saborear. 

Pero era otra la silueta femenina que acompañaba a nuestro “Casanova”: más alta, morena y con aires de modelo. La pareja atravesaba la misma entrada para dirigirse a una mesa con vistas a un patio interior de contrastados azulejos y abundante follaje, con una enorme jirafa de rafia como estrella de todo este panorama. Sus asientos se ubicaban justo enfrente de la hambrienta dueña de los zapatos de raso y su pretendiente de aquella noche, de tal forma que las miradas de ambos protagonistas de esta historia se hubieran encontrado de nuevo en el momento ideal, si no se hubiesen sentado de espaldas uno al otro, sin ni siquiera percatarse de la presencia de cada uno.

La conversación fluía y el vino también, la cena parecía cobrar sentido y la indeseada cita estaba superando las expectativas de la joven, que escuchaba atentamente a su acompañante, mientas sentía como el tartar de atún con caviar se derrite en su boca. El chico era amable, exitoso, divertido y tenía un punto atractivo ¿Qué más se podía pedir? 

— Discúlpame un momento, — dijo ella, y se levantó de forma pausada, no percatándose de la servilleta, que cayó de sus rodillas al suelo. Llevaba un liviano vestido de seda en color rosa empolvado y el pelo semirecogido.

Se agachó para recogerla, pero una mano masculina se adelantó. Cuando levantó la mirada se encontró con los ojos que estuvieron observando su caminar hace unos instantes. Algo confundida agradeció al desconocido y retomó su rumbo hacia los servicios.

Caminaba de forma suave y con un ligero movimiento de cadera, tenía ese magnetismo especial que hacia girar cabezas de todo el restaurante; y a pesar de no ser alta, pocos podían estar a su altura.

«…tenía ese magnetismo especial que hacia girar cabezas de todo el restaurante; y a pesar de no ser alta, pocos podían estar a su altura.»

Bajando las escaleras, empezó a oír el animado ambiente del «Club de Jazz«*. Se detuvo a observar la actuación en vivo, quedándose en la penumbra de la decoración Art déco de la planta baja, envuelta en un entorno romántico y animado a la vez, y sumergiéndose en la nostalgia de la música. Aquella mirada penetrante no dejaba su mente, pero qué iba a hacer, estaba en una cita y él acompañado de la que probablemente era su pareja. Es más, «¡¿Será descarado, estando con su novia se pone a hacer ojitos a desconocidas?!» — recapacitó.

Entró a los aseos y tras darse unos retoques en el espejo, tomó el rumbo de vuelta escaleras arriba, hacia su mesa, con una clara idea de borrar de su cabeza al nuevo protagonista de sus pensamientos. Para su sorpresa, ese sentimiento de querer evitar al enigmático extraño cambió por un profundo deseo de volver a encontrarse con él, cuando vio que su mesa estaba vacía. Qué curiosa es la lógica humana: la tentación es mala mientras está a nuestro alcance, cuando se nos escapa de las manos, se convierte en una necesidad cuya consecuencias ya no resultan tan fatales.

«Qué curiosa es lógica humana: la tentación es mala mientras está a nuestro alcance, cuando se nos escapa de las manos, se convierte en una necesidad cuya consecuencias ya no resultan tan fatales.»

— Perdona por tardar, — se sentó sonriendo a su acompañante, que le esperaba con una fuente de exóticos helados ya derretidos. 

— No pasa nada, eres a alguien a quien merece la pena esperar.

— Me gusta esta repuesta — sonrió y colocó una nueva servilleta en sus rodillas. 

La cena continuó el rumbo común de una cita en la cual una de las dos partes es amablemente pasiva; lo que se resume en una conversación entre risas, pero nunca o casi nunca, dependiendo de la cantidad de las copas, en un beso final. 

La velada llegaba a su fin. Ella no quería irse a casa, pero tampoco quería quedarse. Y aunque había disfrutado de su compañía de aquella noche, prefería concluir aquí el encuentro.

Recorriendo el mismo camino que hizo al llegar, ya no sentía curiosidad por los presentes en el local. Con su mirada fija en la salida, sintió que alguien la cogió de la mano, mientras su acompañante seguía la ruta hacia la puerta. Un segundo sobró para despertar un millón de sensaciones en el cuerpo cuando giró la cabeza sin detenerse y vio al culpable que estaba robando la tranquilidad de su corazón despreocupado. Abandonaba el restaurante Amazónico estrujando un pequeño papel que le entregó el extraño de la mirada magnética, y con esa sensación en el estómago que tenía esperanzas de encontrar aquella noche.

«Un segundo sobró para despertar un millón de sensaciones en el cuerpo.»

NECESITO MÁS

*Debido a las medidas tomadas en relación con el COVID-19 los horarios y la apertura de algunos espacios del local pueden variar.

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