CAPITULO II: Un hábito clásico

Imagen: Ramses Madrid

*Música durante la lectura (para sentir mejor el ambiente de este capítulo os recomiendo esta canción de fondo)

La tranquilidad de las calles de Madrid confirmaba que se acercaba el mes de agosto. Las prisas y el bullicio tan propio de la capital se sustituían por un silencio relativo que reinaba en casi toda la ciudad, a excepción de algunos lugares en los que nunca faltaba el ambiente, independientemente del día y la fecha. El joven vividor y la morena con la que estuvo cenando previamente se dirigían a uno de ellos.

Ramsés estaba a tan solo 5 cinco minutos del sitio en el que se encontraban, en una de las plazas más bonitas y animadas de Madrid: la Plaza de la Independencia. Coronada por la espléndida Puerta de Alcalá y con el Parque del Retiro de vecino,  estaba repleta de exclusivas terrazas a lo largo de la rotonda, y una de las cuales era su lugar de referencia; el punto de destino de los amantes de la buena música y bebidas premium, complementados con manjares gastronómicos supervisados por la familia Michelín, Arzak, y un glamuroso y moderno diseño ejecutado por Philippe Starck

Mientras el deportivo negro se acercaba al local de moda, un coche más sencillo se detenía enfrente de un edificio escondido entre las fachadas neoclásicas, al otro lado de la calle de Alcalá. Una joven rubia salía de él, agradeciendo al conductor, reemplazando en su bolso las llaves por un pequeño papel arrugado. Nada más entrar a su apartamento, se tiró en la enorme cama y mirando fijamente al techo intentaba descifrar ese extraño sentimiento entre confusión y euforia la llenaba por dentro.

Una copa de champagne, un whisky con hielo y una divina degustando su tarta de vainilla con brandi se dejaban entrever en el humo de la cachimba que saboreaba el autor de aquella nota al son de una cautivadora melodía. Relajado, pero con la mente algo distraída, recapacitaba sobre aquella chica que vio durante la cena. Acostumbrado a conseguir todo lo que se proponía, miraba su teléfono a la espera de ese mensaje que cambiaría su rumbo de aquella noche.

—Te escribirá, — dijo la morena. 

—Lo sé — contestó.

— Me acuerdo cuando eras pequeño, te gustaba una chica de la guardería, y destrozaste el jardín de mamá para regalarle flores, aún sabiendo que ella te iba a regañar. Creo que esa táctica sería más exitosa con una mujer cuyo valor no se estima solamente en euros. Entiendo que eres joven y quieres divertirte, pero no puedes tratar a las mujeres como uno de tus coches. Bueno, qué digo… creo que a tus coches les das mucho más cariño, — se rio. — No fue así como nos educaron. Sé que estás dolido por lo que pasó hace tres años, pero tienes que pasar página, volver a ser tú, — lo miró fijamente y lo cogió de la mano.

Él tenía una dura coraza de aparente frialdad e indiferencia, que llevaba consigo desde hace años, y que escondía lo más humano de una persona — su corazón. A veces, por miedo a la vulnerabilidad, escogemos no sentir, luchando con nosotros mismos con el convencimiento de que salimos ganando, cuando en realidad, estamos perdiendo la verdadera causa y el motivo de la vida. 

«A veces, por miedo a la vulnerabilidad, escogemos no sentir, luchando con nosotros mismos con el convencimiento de que salimos ganando, cuando en realidad, estamos perdiendo la verdadera causa y el motivo de la vida.»

Su hermana era la única persona a la que de verdad escuchaba, en la que confiaba y con la que podía ser él mismo. La única a la que quería con todo el corazón y a la que se lo abría y entregaba por completo. 

Tomó un trago de whisky y se levantó para entrar dentro del local, asegurándose de que los clásicos nunca mueren. Y así era, Ramsés seguía en todo su esplendor. El ambiente en el interior cobraba vida al ritmo de los temas favoritos de uno de los mejores Djs de la capital. Se acordaba perfectamente de este lugar de moda por los numerosos eventos privados que visitó mientras vivía en Madrid, sus exquisitas cenas, las divertidísimas fiestas y, por supuesto, los famosos brunch de los domingos, que por su ambiente recordaban a los mejores beach clubs; y aunque la música invitaba a bailar incluso a los más tímidos, no seducía su mente.

El reloj marcaba las 1:44 AM*, mientras el deportivo subía la autopista dirección norte, donde vivía la hermana del joven con su familia. El móvil no dejaba de sonar, pero ninguna notificación era el ansiado mensaje de esa desconocida. 

El coche paró enfrente de una moderna casa.

— ¿Estás seguro de que no quieres quedarte esta noche?

— Tranquila, estaré bien. Descansaré mejor en el hotel.

— ¿A qué hora es tu vuelo?

— 12:15.

— Vale, mañana hablamos. Te quiero mucho.

Ella lo abrazó, sabiendo que era lo que él necesitaba, aunque no lo dejase ver, y que, a pesar de obtener una respuesta en voz alta, sabía que el interior de su hermano decía lo mismo, más alto y fuerte que cualquier palabra dicha.

Volviendo al hotel, la cabeza del joven seguía dando vueltas sobre lo que le dijo su hermana. Sabía que ella tenía razón, pero la lucha con uno mismo es la lucha más dura. Cuando te acostumbras a huir de algo, se convierte en un hábito imperceptible; entras en una rutina automática en la que los resultados son predecibles.

«Cuando te acostumbras a huir de algo, se convierte en un hábito imperceptible; entras en una rutina automática en la que los resultados son predecibles.»

Sentada en la cama, decidió que ya era la hora de irse a dormir. Pasaron horas desde que empezó a buscar esa nota con un teléfono y un nombre. Revisó cada rincón y cada paso desde el momento en el que puso el papel en el bolso, pero parece que éste se había esfumado por completo. Rendida, cayó entre las blancas sábanas y sin darle más vueltas, cerró los ojos, dejándolo todo en las manos del destino.

NECESITO MÁS

*Debido a las medidas tomadas en relación con el COVID-19 los horarios y la apertura de algunos espacios del local pueden variar.

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