CAPÍTULO III: Su vista favorita

Imagen: Hospes Puerta de Alcalá

*Música durante la lectura (para sentir mejor el ambiente de este capítulo os recomiendo esta canción de fondo)

Los primeros rayos de sol se colaban como intrusos en una acogedora habitación del Barrio de Jerónimos para avisar de un nuevo día a la joven residente de aquella casa. Nunca dejaba las persianas bajadas hasta el final, amaba despertar con la luz de la mañana. Se levantó de la cama y abrió la ventana para sentir el amanecer en su rostro, cerrando los ojos y sonriendo al cielo. Dio al play con el que empezó a sonar una agradable melodía con acordes de la guitarra española y notas de saxofón, y desapareció tras una puerta de cristal, refrescando el cuerpo, pero sobre todo la mente, con una cascada de gotas frías que caían como la lluvia.

A tan solo unas cuantas calles, un hombre joven con las manos en los bolsillos de sus pantalones firmados por Brioni, que resaltaban a la perfección su porte, observaba por la ventana el paso de los coches en la rotonda de la Puerta de Alcalá. Su vuelo salía en tres horas. Echó una ojeada rápida por una habitación espaciosa y llena de luz, que fusionaba el estilo clásico con las mejores notas contemporáneas, y se dirigió hacia la puerta, cogiendo su maleta por el camino.

En ese momento la joven madrugadora ya se ponía apresuradamente una de las zapatillas sin ni siquiera desatar los cordones, mientras saltaba sobre la otra pierna. Con un bolso de nylon beis en el hombro y una bolsa en la mano, salió corriendo por la puerta, previamente regalándose una sonrisa a su reflejo en el espejo de la entrada. Llegaba tarde, aunque todavía podía estar puntual, si el tiempo se pusiera a su favor; pero éste solo se detiene para quien lo respeta y lo aprecia, si no, se va volando y nunca vuelve.

«Llegaba tarde, aunque todavía podía estar puntual, si el tiempo se pusiera a su favor; pero éste solo se detiene para quien lo respeta y lo aprecia, si no, se va volando y nunca vuelve.

El nórdico cruzó un glamuroso hall en tonalidades claras y sofás de diseño en dirección a la recepción del hotel Hospes Puerta de Alcalá.

— ¿Qué tal ha sido su estancia Sr. Sommer? 

— Todo bien, como siempre, Rita. Gracias, — contestó el huésped con una pícara sonrisa.

— Qué pena que no haya podido ir a nuestro SPA esta vez, es una maravilla para relajarse. Por cierto, le están esperando en «Malvar«, nuestra terraza.

— Espero que la siguiente vez que venga. Gracias por todo y hasta próxima, — dijo él, recogiendo su tarjeta de crédito y guiñando el ojo a la chica.

— ¡Esperamos verle pronto, Sr. Sommer! — contestó ella, nerviosa, pero con cariño. 

Dirigiéndose hacia la salida por un elegante pasillo, se dio la vuelta haciendo la seña de despedida a la pobre víctima de sus encantos. Salió a una amplia terraza con las mismas vistas que tuvo anoche con su hermana, y tomó el rumbo hacia la mesa donde le esperaba otro joven de la misma edad.

— Aquí tienes por lo que viniste, — dijo Sommer, lanzando las llaves de un coche sobre la mesa.

El otro joven se levantó y riéndose, sin tomar en serio sus palabras y le dio un fuerte abrazo.

— ¿Qué tal ha ido en Madrid? Qué buenas fechas para venir! — alabó con sarcasmo un moreno, que parecía llevar un estilo de vida parecido, pero algo más conservador.

— Los negocios no tienen calendario fijo, Alex, — respondió el nórdico levantando la mano para llamar a la camarera.

— No entiendo por qué te quedas aquí, teniendo tus pisos y el casoplón de tu hermana.

— Tengo contactos, — dijo riéndose, y miró en dirección de la entrada. — No es lo que piensas, — continuó, percatándose de las sospechas de su amigo, que ya se estaba imaginando “las conquistas”. — Al no ser un hotel excesivamente grande, Hospes, tiene el personalizado que a mí me gusta. Además, la ubicación es genial. Para mí, quedarse en un hotel es una sensación parecida a la que cuando pones música o una película de fondo para crear ese ambiente de compañía, pero sin que nadie te moleste. Y aunque me pertenecen muchas casas, ninguna la siento mía.

— Un croissant y un capuccino con leche de soja, por favor, — dijo la joven rubia, aprovechando la presencia del personal, mientras se sentaba en una acogedora silla de ratán, tras saludar a una delgada morena de pelo liso y pequeños hoyuelos en las mejillas.

— ¡Qué puntualidad! ¡En punto! — se percató la morena, enseñando la hora en el teléfono.

— Hoy el tiempo está a mi favor, — sonrió la recién llegada, entregando la bolsa que llevaba consigo a su amiga.

— ¿Qué es?— preguntó con sorpresa y confusión la dueña del teléfono.

— Algo que te encanta.

— ¡Y a ti también! — respondió, mirando dentro de la bolsa sin sacar su contenido.

— Lo sé, pero me encantará más el que lo tengas tú y te acuerdes de nuestra amistad cuando lo luzcas por la Marina.

Se abrazaron sabiendo que en cuestión de una hora se tendrán que despedir. A medida que aumentan los kilómetros de distancia entre dos personas, la separación se hace más larga y dura. 

«A medida que aumentan los kilómetros de distancia entre dos personas, la separación se hace más larga y dura.»

Los minutos volaron entre conversaciones llenas de recuerdos y planes, y el tiempo volvió a hacer de la suyas. ¡Cómo le gusta correr cuando quieres que se detenga un ratito y hacerte esperar cuando necesitas su rapidez!

«…y el tiempo volvió a hacer de las suyas. ¡Cómo le gusta correr cuando quieres que se detenga un ratito y hacerte esperar cuando necesitas su rapidez!»

Se levantaron sin saber cuándo sería su próximo capuccino, pero con la total certeza de que su amistad era más fuerte que el expresso italiano más puro. Las despedidas son siempre más duras para el que se queda, pues aparece un gran vacío en una vida que sigue su ritmo habitual, pero también, cualquier vacío es un espacio libre para algo nuevo. Soltaron sus manos y con una sensación agridulce tomaron diferentes caminos para la misma meta.

«Las despedidas son siempre más duras para el que se queda, pues aparece un gran vacío en una vida que sigue su ritmo habitual, pero también, cualquier vacío es un espacio libre para algo nuevo.»

Con avance de la hora, subía la temperatura, lo cual no detenía a los amantes de las terrazas para disfrutar su aperitivo del mediodía. Cruzando la calle de Alcalá dirección Retiro, con la misma melodía que escuchaba por la mañana en sus auriculares, la rubia observaba a todos esos residentes que todavía no se han escapado del calor de la capital, los curiosos turistas que se hacían fotos con su vista favorita de fondo (Puerta de Alcalá), los numerosos coches esperando para arrancar y… ¡ahí estaba! — el deportivo negro de ayer y el mismo chico de apariencia nórdica que robó su atención la pasada noche. Con el semáforo a punto de ponerse en rojo, ella caminaba por el paso de cebra siguiendo con la mirada al joven que hablaba con su amigo sin percatarse de quién tenía enfrente. Su tentación volvía escapar con la misma rapidez con la que llegó a su vida.

«Su tentación volvía escapar con la misma rapidez con la que llegó a su vida.»

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