CAPÍTULO VII: Sentir la vida

*Música durante la lectura (para sentir mejor el ambiente de este capítulo os recomiendo esta canción de fondo)

Una mirada llena de curiosidad observaba las recientes heridas en un joven rostro inconsciente en el que todavía se podía percibir el dolor. Esos cortes provocados por el accidente, que había sufrido el hombre de corta melena, no podían ocultar su evidente atractivo. Sus rasgos, que parecían esculpidos por los genios del arte clásico, cautivaban con cada segundo más a la dueña de aquella mirada.

— ¡Regina! — la muchacha vestida de azul, se giró asustada, por la llamada de atención de su responsable. — ¡¿Qué haces allí parada?! ¡¿Has comprobado los goteros?!

Con ciertos nervios, la chica de unos 20 años de edad se dispuso a cumplir apresuradamente esa orden. El Dr. Williams entró en la habitación y empezó a dictar algo a la mujer que acababa de interrumpir las fantasías de la joven enfermera, que hacia sus prácticas en aquel hospital londinense.

* * *

— Perdón, me he equivocado… — dijo la rubia, que estaba a punto de reencontrarse con el hombre que ocupaba sus pensamientos, alejándose, pasmada por la coincidencia de que el mismo coche que ella estaba esperando se ubicase en su lugar de queda, pero con otro conductor.

— ¡Ava, espera! — el joven moreno de complexión atlética vestido de negro, salió del deportivo e intentando detener la cita “prestada”, la cogió del brazo.

Quitándoselo, Ava se detuvo y lo miró estupefacta tratando de encontrar la explicación a lo que estaba pasando; algunas veces, los hechos más sorprendentes tienen las explicaciones más banales.

«…algunas veces, los hechos más sorprendentes tienen las explicaciones más banales.»

— Espera un momento, déjame que te explique… — continuaba el moreno, guiándose por la silenciosa pausa como seña de que ella estaba dispuesta a escucharlo, aunque sea, por ahora… — Sé que no me esperabas a mí, pero fue conmigo con quien hablaste esta mañana por el teléfono… y Michael sabe de este encuentro — enseñándole en el móvil un mensaje leído sin respuesta, que envió a su amigo, el joven intentaba convencer a la chica de sus aparentemente buenas intenciones

Con un nudo en la garganta y presión en el pecho, ella procuraba retener las emociones que subían la temperatura de su cuerpo. Sentía que el nórdico se había reído de ella, que decidió pasársela a su amigo como un juguete que vio en el escaparate y que ya no le hacía gracia. Aunque sabía cuál era su valor, no podía evitar tener esa sensación que la hacía diminuta y vulnerable: una mezcla entre decepción y rabia que la hicieron actuar de la manera más imprevisible.

«Aunque sabía cuál era su valor, no podía evitar tener esa sensación que la hacía diminuta y vulnerable…»

— ¿O sea que en realidad tú eres mi cita? — preguntó ella de forma cortante, tragándose sus sentimientos reales y solamente dejando a la vista la faceta más factible de un amor propio, que a pesar de estar dañado, relucía intacto.

— Si tú me dejas, me encantaría, — continúo el moreno, dejándole el paso hacia el automóvil.  

— ¿Y te llamas?

— Alejandro… Alex,  — contestó él con alivio y entusiasmo, viendo que la rubia parecía dispuesta a aceptar su propuesta, acercándose al coche para abrirle la puerta.

Ava se sentó en el vehículo con sentimientos contradictorios. La cita no tenía nada que ver con cómo ella se lo había imaginado; y aunque las ganas de encontrarse con el nórdico no disminuyeron ni un ápice, el motivo por el que ella deseaba ese encuentro había cambiado radicalmente. El orgullo manipulaba sus decisiones y el deseo de demostrar el gran error que el desconocido de la mirada magnética había cometido se apoderó de ella. 

* *

— Afortunadamente la documentación se encontraba con él: Michael Sommer, nacido en Viena el 15 de agosto de 1994, de padre austriaco y madre española… aunque todavía no hemos podido contactar con ninguno de los parientes, —  una mujer de mediana edad que estaba leyendo el informe del joven que yacía en la cama, mientras revisaba los goteros, estaba ordenando a la enfermera cómo tenía que hacer su trabajo esa noche que le tocaba estar de guardia.

* *

La pareja entró a un diáfano local por una grandiosa puerta de vidrio de más de tres metros de altura. El diseño de este restaurante recordaba un enorme loft inspirado en los modernos espacios neoyorquinos de techos desnudos; las paredes de piedra sillar y la vegetación rodeaban una gran barra central culminada en la cocina descubierta, donde se podía observar como el chef y los cocineros elaboraban platos de primera categoría.

Los jóvenes cruzaron la planta de la entrada, donde la sala con desenfadado mesas altas  de madera contrastaban con el ambiente clásico del resto del restaurante, donde reinaba una atmósfera más formal y romántica. 

— Aquí es, — dijo la azafata amablemente, señalando a la mesa para dos ubicada en una acogedora terraza cubierta, rodeada por árboles.

Agradeciéndola, el moreno apartó la silla para que su acompañante se sentará, dejándola sorprendida por esa galantería que hoy en día era un fenómeno poco común. Ava ya conocía el “Carbón Negro*”, el restaurante que en apenas sus dos años de existencia se había convertido en un referente de la cocina mediterránea, sobre todo, para los amantes de la buena carne y hortalizas a la brasa. Como gran golosa y catadora de postres, tenía claro que la tarta de queso de “Carbón Negro” era una de las más ricas de Madrid.

Todo sabe mejor con el champagne; a mayor dosis, mayor el efecto. Con cada trago, ella apagaba la sensación de venganza en su cuerpo y  empezaba a ver al moreno con otros ojos. Quizás, era porque la venganza no formaba parte de su ser o, quizás, porque la sobriedad la abandonaba poco a poco. No había comido desde ese desayuno con su amiga, lo que incrementaba los efectos de la burbujeante bebida, que intentaba paliar con jamón ibérico de bellota, mientras esperaba el plato principal.

«Todo sabe mejor con el champagne; a mayor dosis, mayor el efecto.»

Ese tal Alex tenía gran sentido de humor, un humor inteligente que ella sabía seguir y apreciar, que complementado con una sonrisa que parecía sacada del anuncio de un dentífrico, creaba el tándem perfecto capaz de llamar la atención de cualquiera. El saber hacer reír a una mujer es, quizás, una de las armas más poderosas que un hombre puede utilizar en su conquista.

«El saber hacer reír a una mujer es, quizás, una de las armas más poderosas que un hombre puede utilizar en su conquista.»

NECESITO MÁS

*Debido a las medidas tomadas en relación con el COVID-19 los horarios y la apertura de algunos espacios del local pueden variar.

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