CAPÍTULO IX: El verdadero despertar

Foto: Cristina Oria

*Música durante la lectura (para sentir mejor el ambiente de este capítulo os recomiendo esta canción de fondo)

Una mujer de unos 60 años entró a la cocina, observando a una joven desconcertada en medio de las modernas encimeras y armarios de estilo minimalista.

— No te asustes, niña. Alejandrito, qué diga, el señor Suárez me avisó de que estaría en casa, — dijo ella, dejando una bolsa de papel con el logotipo que decía “Cristina Oria” y un vaso de café para llevar, — supuse que estaría hambrienta, ya que aquí nunca hay comida.

La chica seguía mirándola, pero antes de poder contestarla nada, la señora continuó.

— Soy Petra, vengo a ordenar un poco la casa, — proseguía — ¿Y tú eres?

— Ava — se presentó la joven, sin entender del todo lo que le estaba pasando, y acercándose a la puerta para salir.

— Bueno, Ava. Siéntate y come, por favor.

— No, no. Muchas gracias de verdad, pero tengo que irme. Tengo una exposición.

— ¿Una exposición?

— Estoy trabajando en una galería de arte y me estarán esperando ahí.

— ¿A qué hora?

— Sobre las cuatro.

— ¡Ya me habías asustado! Te da tiempo de sobra para desayunar e incluso para comer. De una casa que yo cuido, todavía nadie ha salido con hambre, — continuó la recién llegada, sacando un delicioso bizcocho de limón, quizás el más rico de todo Madrid, el plato estrella de “Cristina Oria” y vertiendo el café con leche, todavía caliente, de un vaso de cartón a una taza de porcelana. — El verdadero despertar llega con un buen desayuno y el auténtico café.

«El verdadero despertar llega con un buen desayuno y el auténtico café.»

Ava no le podía decir que no, entendía que esto sería todo una ofensa para Petra, además su estómago le pedía comida desde hace ya un buen tiempo. Cuando tienes hambre pensar se hace mucho más complicado. La joven conocía el lugar de donde provenía este logotipo, era uno de los mejores caterings de la ciudad, había visto su peculiar furgoneta vintage «paseándose» por Madrid y además, hace no mucho visitó uno de sus restaurantes de estilo victoriano para degustar sus deliciosos platos gourmet y adquirir varios de sus productos artesanos en su tienda. La ubicación de las cafeterías de “Cristina Oria” le hizo deducir que estaba en algún lugar del Barrio Salamanca o en las Rozas Village, el pueblo famoso por sus boutiques outlet.

La mujer con un extraño acento, que la chica no podía ubicar, se puso a limpiar una cocina ya reluciente, mientras la ella sentía cómo el esponjoso bizcocho de limón prácticamente se derrite en su boca. La buena comida es, sin duda, uno de los mayores placeres de la vida, que multiplica la alegría de algunos momentos y en según qué ocasión incluso adopta el papel de tranquilizante, como el caramelo para un niño, nos salva de vacíos emocionales, pero como cualquier “medicamento” tiene que consumirse en dosis apropiadas para no convertirse en veneno.

«La buena comida es, sin duda, uno de los mayores placeres de la vida, que multiplica la alegría de algunos momentos y en según qué ocasión incluso adopta el papel de tranquilizante, como el caramelo para un niño, nos salva de vacíos emocionales, pero como cualquier “medicamento” tiene que consumirse en dosis apropiadas para no convertirse en veneno.»

— ¿Entonces eres la novia de mi Alejandrito? — preguntó la señora terminado de pasar la bayeta por la encimera.

— No, no…— aludió Ava, tosiendo casi atragantándose con el desayuno recién traído, al no esperar una pregunta tan directa — …solo somos amigos.

— Bueno, niña, — continuaba la mujer, con una entonación mandona en el que se podían percibir notas cariñosas, un tono parecido a cuando una madre quiere que su hijo se abrigue en invierno, — conozco a este chico desde que llevaba pañales y las mujeres de su vida nunca han sido solo amigas. Así que cuéntame cómo terminaste aquí, — dijo ella, sentándose en la silla de al lado con cara de intriga, como si fuera a ver otro capítulo de una telenovela.

— Buena pregunta. No lo sé, — contestó Ava con una sonrisa nerviosa, tomando un sorbo del café todavía templado, — fuimos a cenar y el champagne hizo sus efectos, luego me desperté aquí y no he podido salir gracias a esta complicada puerta. 

— ¿Pero te gusta?

— ¿El qué?

— El qué, no. ¡Quién! El señorito Suárez. A mí me puedes decir la verdad, entre nosotras, las chicas.

Esas preguntas le hacían sentir incómoda, pero también dieron lugar a que se reaparecieran dudas que antes se había planteado. No podía contestarse ni a sí misma a lo que la señora le había preguntado. No entendía qué sentimiento el dueño de aquella casa despertó en ella la pasada noche. Por un lado, seguía sin poder deshacerse de la idea del desconocido de la mirada magnética, pero por otro, tampoco negar la conexión que tuvo con ese moreno. Y así pasa siempre, vives acostumbrado a tu tranquilidad solitaria, deseando que alguien especial llegué para soñar con él, y un maravilloso día no te llega solo uno, sino todo un pack que no te deja dormir.

«…vives acostumbrado a tu tranquilidad solitaria, deseando que alguien especial llegué para soñar con él, y un maravilloso día no te llega solo uno, sino todo un pack que no te deja dormir.»

— No lo sé, la verdad. Apenas le conozco, — dijo Ava, con miedo a admitir a ella misma y a la señora que vino a limpiar la casa, que sí le gustaba, pero por una extraña razón seguiría eligiendo al amigo que no apareció en aquella cita; y es que, desafortunadamente lo inalcanzable y lo desconocido, siempre tiene un punto más atractivo que algo que ya tienes en tus manos.

«…desafortunadamente lo inalcanzable y lo desconocido, siempre tiene un punto más atractivo que algo que ya tienes en tus manos.»

Tiene un carácter complicado, pero también un gran corazón. Hazme caso, le he visto crecer desde que era un bebe, y sé lo que digo. Llevo trabajado en su familia casi 30 años y, desde que se mudó, vengo también a limpiar esta casa, — dijo ella con cierta nostalgia. — La verdad es que me has dejado un poco triste. Pensé que el señorito por fin se había sentado la cabeza. En toda su vida no he conocido ni una novia suya, aunque nunca le faltó atención femenina. 

Ava estaba escuchando y analizando en su cabeza lo que le estaban contando, mientras un coche deportivo con el protagonista de esa conversación entraba en el garaje del mismo edificio. Se podían percibir ciertos nervios y desconcentración en su mirada, que parecía retener sentimientos de rabia y tristeza a la vez. Acaba de recibir una llamada que no se esperaba. Las reuniones de negocios y sus planes con la joven rubia que ocupaba sus pensamientos toda la mañana, se borraron por completo de su mente y su agenda. Una frase dicha en un par de segundos volcó todas sus prioridades. La llamada que recibió de la hermana del nórdico con la noticia sobre lo sucedido cerca del aeropuerto Heathrow era lo único que estaba en su mente. Había obtenido la respuesta del por qué su amigo que se volvió ayer a Londres, ese mismo al que le “había cogido prestada” la cita, no contestaba a su mensaje. 

En la moderna casa se volvía a escuchar el sonido de la puerta, pero esta vez era su dueño el que entraba por ella. Las dos mujeres se levantaron y se dirigieron al hall para pedirle explicaciones, pero al ver su rostro, las preguntas que ambas le tenían habían cambiado.

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