Imagen: Wolseley London
*Música durante la lectura (para sentir mejor el ambiente de este capítulo os recomiendo esta canción de fondo)
— ¿No le pensáis decir la verdad? — preguntó una joven a la otra, mientras se aproximaban a tres majestuosas arcas, adornadas con rejillas decorativas que imitaban flores doradas. Las dos amigas estaban a punto de atravesar una de ellas y entrar a The Wolseley*, un restaurante icónico de la ciudad de Londres ubicado en 160 Piccadilly, Mayfair.
Hace casi veinte años Chris Corbin y Jeremy King volvieron a abrir las puertas de este extraordinario edificio neoclásico. Emergido hace casi un siglo para albergar los nuevos modelos de Wolseley Motors y posteriormente convertido en una de las sedes del banco Barclays, este vecino del Hotel Ritz tuvo que esperar hasta 2003 para servir su primer té siendo ya un elegante restaurante y cafetería de lujo. Su interior claramente inspirado en el original diseño del arquitecto William Curtis Green, transportaba a esa época que F. Scott Fitzgerald relataba en sus obras, pero en esta ocasión, contando con la auténtica clase inglesa.
Las gotas de lluvia empezaron a caer de una forma repentina y apresurada como si estuvieran programadas por un reloj, y las muchachas aceleraron su paso para entrar por el arca del medio, dónde se ubicaba la puerta de The Wolseley. Entre los contrastes claroscuros del suelo de mosaico y el mármol que revestía esas paredes culminadas en techo de bóvedas, sostenidas por columnas clásicas, los clientes disfrutaban de una tranquila velada, ajenos a esa lluvia.
Las chicas seguían al maître subiendo por una elegante escalera que llevaba al segundo piso. Desde allí se podía observar la sala principal donde parejas, amigos y familias conversaban y saboreaban su cena, mientras los camareros les tomaban nota y llevaban bandejas con copas de vino y elaborados platos del restaurante.
Éste no era un simple sitio de moda en Londres, de esos que ganan fama por un cierto tiempo; era un clásico atemporal que no necesitaba seguir las tendencias, pues ya era un referente en su campo.
Las jóvenes se sentaron y analizando el menú, volvieron a la conversación:
— Parece que el Universo me está regalando una segunda oportunidad, — dijo Adina a su amiga con el entusiasmo de un niño que acaba de recibir el regalo que estaba esperando.
La noche pasada estaba llorando en los baños de otro emblemático sitio de Londres, pero hoy su rostro relucía por pensar que había recuperado un amor que daba por perdido.
— Adina, recuperará la memoria antes o después… y además, eso no quita el que sigues casada con su padre, — contestó su amiga, mientras el camarero les terminaba de tomar la nota.
— Lo he hablado con Christoph y hemos llegado a la concusión de contarle la verdad poco a poco, pero desde una perspectiva diferente. Al fin y al cabo, no es lo que dices, es cómo lo dices, — dijo la joven rubia de ojos rasgados, asintiendo con la cabeza para que el camarero les sirviera el vino. — No te puedes imaginar cómo me he sentido cuando me miró de la misma forma que lo hacía cuando estábamos juntos, esa mirada que entonces no apreciaba y que ayer mismo tenía por imposible.
«Al fin y al cabo, no es lo que dices, es cómo lo dices.»
— ¿Y su hermana? No creo que esté muy a favor del tema…
— Christoph va a hablar con el médico para que todo sea de la manera más sencilla… Además, no se va a quedar aquí por mucho tiempo, toda su vida está en Madrid, su marido, sus hijos, su trabajo… No podrá controlar todo lo que pasa aquí, — respondió Adina, sirviéndose el cóctel de gambas y aguacate, que habían pedido de entrante.
¿Es la mentira la ausencia de la verdad? Cuando detienen a un sospechoso, le permiten guardar silencio en defensa propia. Siguiendo esta lógica, el omitir la información en la vida diaria no tiene por qué calificarse de engaño, si ni siquiera es agravante de un delito. El contar algo o no, está estrechamente vinculado con los valores éticos y personales de cada persona; y como todo en esta vida, es muy relativo. Los seres humanos actuamos para sacar el mayor beneficio propio: para uno es evitar el remordimiento de la conciencia, mientras para otro, es el beneficio del silencio. Tan solo hay que contrarrestar el que pesa más.
«El contar algo o no, está estrechamente vinculado con los valores éticos y personales de cada persona; y como todo en esta vida, es muy relativo. Los seres humanos actuamos para sacar el mayor beneficio propio: para uno es el evitar el remordimiento de la conciencia, mientras para otro, es el beneficio del silencio.»
Adina no sabía de cuánto tiempo disponía gracias a ese secreto, pero como una persona astuta y calculadora, sabía cómo iba a aprovechar cada minuto. Su propósito estaba definido: a pesar de que Michael recuperase la memoria, haría todo lo necesario para que olvidase el pasado y volviese a ella. Su plan empezaría a funcionar una vez que tuviera el camino libre, y para ello necesitaba que tanto su marido, el padre de Michael, como la hermana de él, abandonasen Londres. Ya no era un sueño inalcanzable, tal y como lo veía hace algunas horas, ahora se trataba un objetivo que veía con total claridad.
«Ya no era un sueño inalcanzable, tal y como lo veía hace algunas horas, ahora se trataba un objetivo que veía con total claridad.»
Su plato vacío se remplazó por un elaborado filete de salmón con escarola caramelizada, pasas y alcaparras. Sin percatarse de ello, Adina estaba completamente sumergida en esta nueva idea que cambiaría su vida, mientras su amiga sonreía a la pantalla de su teléfono moviendo los pulgares a la velocidad de la luz. A diferencia de ella, esa joven eslava que conoció cuando recién llegó a Londres, no destacaba por su inteligencia; era una de esas personas con suerte, quien estuvo en el lugar más adecuado y en el momento necesario para lograr esa vida de lujo. No era una amiga de verdad, era un par de oídos libres que la mujer de Sommer necesitaba para desahogarse, pero nunca para compartir lo realmente importante. En general, la artífice de ese plan era una persona solitaria y desconfiada, que obraba en su propio beneficio sin pensarlo dos veces. Cada uno tiene su verdad, y ella tenía claro cuál era la suya.
«Cada uno tiene su verdad, y ella tenía claro cuál era la suya.»
* * *
— Te dejo de deberes que cuando vuelva, te acuerdes de nuestro viaje a Las Vegas, no se merece quedarse en el olvido— el apuesto moreno sonrió a su amigo, dándole una palmada en el hombro — eso sí, si prefieres no recordar que me has dejado tu Aston Martin, no importa. — Ambos se rieron, y tras hacer el gesto de despedida, Alex dejó la habitación con la certeza de que dejaba a su amigo en buenas manos.
Al cruzar la puerta, vio cómo la hermana de Michael, apoyada en una de esas blancas paredes desnudas de un hospital, hablaba por el teléfono. Al verlo, la joven dejó la conversación, se acercó a él y dándole un fuerte abrazo, le susurró al oído.
— Muchas gracias por estar aquí, de verdad. No podría haberlo hecho sola, — dijo ella, mientras observaba como el padre de su hermano conversaba con el médico. Sentía que ese muchacho, al que apenas había visto unas cuantas veces, pertenecía más a la familia que el hombre con el que su hermano compartía sangre.
El moreno asentó con la cabeza y tras despedirse de la hermana de su amigo, se dirigió para coger el taxi al aeropuerto, de vuelta a Madrid, a los negocios y a esa rubia de melena rizada y profundos ojos verdes.
El saber perdonar es, quizás, un talento innato, pero como sucede con todos los talentos, se puede desarrollar. Las personas guardamos rabia y rencor, pensando que con ello castigamos al responsable de esas emociones, cuando en realidad el mayor castigo lo sufrimos nosotros mismos al llenarnos de esos sentimientos. Eva lo sabía, dejo ir el sentimiento del odio que tenía hacia Christoph poco tiempo después de que su madre falleciese. Su hermano nunca lo hizo y, con esa decisión, perdió a ambos padres. El verlo por fin liberado de esa rabia, a causa de las consecuencias del accidente, despertaba en Eva un enorme dilema: contarle cómo realmente sucedió todo y que él volviese a aborrecer a su padre y cerrar de nuevo su corazón o dejar que las cosas fluyan y que él por fin escuche lo que Christoph le tiene que decir.
«El saber perdonar es, quizás, un talento innato, pero como sucede con todos los talentos, se puede desarrollar.»
*Debido a las medidas tomadas en relación con el COVID-19 los horarios y la apertura de algunos espacios del local pueden variar.
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