*Música durante la lectura (para sentir mejor el ambiente de este capítulo os recomiendo esta canción de fondo)
Dijo Confucio: “Los defectos de un hombre se adecuan siempre a su tipo de mente”. Los muros que, a veces, somos capaces de construir alrededor nuestro, pueden superar incluso la Gran Muralla China.
Nadie nace sabiendo lo que está bien y lo que está mal. Son varios los factores que definen el comportamiento de una persona ante diversas circunstancias de la vida, pero solo tres de ellos son los que realmente se anteponen a todos los demás: el carácter, la educación y la experiencia. Estos tres están fuertemente vinculados, creando una influencia directa entre sí; una experiencia es capaz de modificar los principios inculcados en tu educación, mientras el carácter tiene todo el poder de guiarte en las conductas, que como fruto producen esa experiencia.
«Son varios los factores que definen el comportamiento de una persona ante diversas circunstancias de la vida, pero solo tres de ellos son los que realmente se anteponen a todos los demás: el carácter, la educación y la experiencia.»
Cuando Alex respondió a aquella llamada de Ava destinada para su amigo y se hizo pasar por él, concretando una cita con esa joven desconocida, se dejó llevar por su carácter aventurero, siempre en búsqueda de adrenalina, y por el afán de curar su ego herido por Sommer unas semanas antes. Todo lo que vivimos es consecuencia de nuestras decisiones, donde un pequeño “si” es capaz cambiar por completo el rumbo de las cosas. Si las vivencias pasadas no hubiesen transformado la forma de ser Michael, él nunca hubiera dado su número a Ava tras ese intercambio de miradas; ni hubiera aceptado la apuesta con Alex para ver quién se ligaba antes a la dependienta asiática de esa boutique. Si el orgullo de Alex no estuviera afectado tras perder en ese juego de conquistas que él mismo propuso, no hubiera ingeniado aquel astuto plan para quedar con Ava. Si Ava hubiera dejado ir ese resentimiento que tenía con los hombres tras su última relación, no hubiera aceptado la propuesta de Alex solo para fastidiar a Michael. Si las experiencias pasadas de alguno de los tres hubiesen sido diferentes, las reacciones a los nuevos sucesos o las decisiones aparentemente secundarias como escoger otra hora o sitio para cenar aquella noche; esta historia ya no tendría lugar. Vivimos una vida donde todo está estrechamente entrelazado para que hoy estemos dónde, cómo y con quién estamos. Y como ninguno de esos “si” tuvo lugar, Alex se dirigía para recoger a la chica de pelo rubio, que no podía sacar de su mente.
«Todo lo que vivimos es consecuencia de nuestras decisiones, donde un pequeño “si” es capaz cambiar por completo el rumbo de las cosas.»
La idea inicial por la que quedó con ella por primera vez le parecía lejana y ajena. A medida que el 4×4 se acercaba a la casa donde vivía Ava, los latidos de su corazón aumentaban. Un evidente incremento de endorfinas y testosterona, provocado por el interés y la atracción que sentía hacia la joven, lo asustaba y estimulaba a la vez. La pérdida de control sobre uno mismo cuando empiezas a sentir por otra persona es, quizás, la única pérdida que no quieres encontrar, la perdida más excitante.
«La pérdida de control sobre uno mismo cuando empiezas a sentir por otra persona es, quizás, la única pérdida que no quieres encontrar, la perdida más excitante.»
Al escuchar el bocinazo de un todoterreno, la joven que acababa salir del portal reconoció a aquel moreno parado junto al vehículo.
— Este coche no lo conocía, — dijo ella, saludando a su cita, mientras él le sostenía la puerta del 4×4, invitándola a subir al automóvil.
— Hay muchas cosas de mí que todavía no conoces — le contestó el muchacho con una sonrisa pícara, cerrando la puerta del Mercedes.
— ¿Cómo ha sido la vuelta a Madrid? — le preguntó ella, sintiéndose un poco intimidada por la penetrante mirada de su acompañante.
— Ahora mucho mejor, — el moreno le guiño el ojo y volvió a concentrarse en la conducción.
— Gracias por decirme la verdad… — dijo Ava un poco cohibida por las circunstancias que rodeaban ese encuentro.
— Gracias a ti, por darme una segunda oportunidad.
— ¿Cómo está él? — preguntó, recordando al nórdico de la mirada magnética, que todavía persistía en su mente.
— Bueno, bien dentro de lo que cabe…
A ambos les incomodaba esa conversación, pero su conciencia quería dejarlo hablado. Aunque Michael y Ava no se llegaron a conocer de verdad, tanto ella como el amigo del nórdico, se sentían culpables por dejarse llevar por esa conexión, que surgió entre ellos, gracias a diversas coincidencias que el destino y ellos mismos quisieron llevar a cabo.
— Me alegro… Espero que todo se solucione pronto… — continuó, observando como el cielo se teñía de rosa para despedir al sol. — ¿A dónde vamos? — dijo, cambiando de tema por el bien de aquel encuentro.
— A Don Lay*. Es un restaurante de cocina china cantonesa… Como me dijiste que querías asiático… — respondió el chico parando en el semáforo, y miró a su cita observando los rasgos de su rostro. Era una de esas miradas apasionadas y profundas, de esas que parecen besarte.
«Era una de esas miradas apasionadas y profundas, de esas que parecen besarte.»
— Está verde… — dijo ella, mirando al semáforo y quitando la tensión de aquel momento.
En el número 117 de la calle Castelló, Barrio de Salamanca, Madrid, se ubicaba un original restaurante de auténtica comida cantonesa en un entorno contemporáneo. El renacer de un sitio tradicional, que durante casi dos décadas fue todo un referente de la cocina china en Madrid en un local totalmente nuevo, localizado en una de las mejores zonas de la ciudad.
La estilosa barra con una grandiosa replica de un arce de hoja roja, en medio de ella, recibía a la pareja de jóvenes que acababan de cruzar las puertas para adentrarse en ese elegante espacio de 400 m², que destacaba por su estilo inspirado en el Art Decó y guiños a la cultura china.
Dos espacios: «Chinese Bar«, un rincón desenfadado en tonos claros y con vistas a la calle, donde degustar los mejores dim sums y terminar con un buen cóctel, y la sofisticada sala principal, tapizada en colores vibrantes con predominio de líneas curvas, invitaban a descubrir a los visitantes una verdadera comida china en un ambiente de lujo.
Mientras los recién llegados estaban siendo acompañados a una de esas elegantes mesas con mantel, el joven moreno admiraba la virtuosa figura femenina, iluminada por modernas lámparas vanguardistas, y su sinuoso movimiento de caderas que caminaban delante de él, reflejándose en originales círculos de espejo de las paredes de Don Lay. Ava se sentó en uno de los sofás de terciopelo con dibujos de dragones dorados.
Cuando se miraban todo lo que les rodeaba pasaba a un segundo plano, y al llegar el camarero ni siquiera habían empezado a mirar la carta, dejándose llevar por las sugerencias de platos que éste les propuso.
«Cuando se miraban todo lo que les rodeaba pasaba a un segundo plano…»
A los dim dums, deliciosas empanadillas chinas hechas al vapor y rellenas de shaomi de arroz, huevo de codorniz y caviar, el plato estrella de Don Lay, siguió un espectacular pato laqueado, otro indispensable para degustar en ese restaurante.
A medida que avanzaba la conversación, entre risas y miradas, la conexión entre ambos aumentaba, al igual que la evidente atracción que creaba una tensión que necesitaba ser resulta. La pareja no se percató cómo el restaurante se empezó a vaciar poco a poco para cerrar sus puertas. Estaban demasiado concentrados uno en el otro.
— Ya vengo … — dijo Ava sonriendo y abandonando la mesa por unos minutos.
— ¡Muy bien! Justo, el momento perfecto para escaparme y dejarte con la cuenta, — bromeo él, riéndose.
El aseo de Don Lay transportaba a China: iluminado por numerosas lámparas típicas, de papel rojo y borlas doradas, al son de música tradicional. Ava se miró al espejo para ver todos los sentimientos que el moreno había despertado en ella. Se sentía como si estuviera flotando y no quería que esa sensación la dejara nunca.
Al salir de los servicios, vio a Alex esperándola en la barra de la entrada para irse, y la sensación orgullo y satisfacción la llenaron por dentro. Le encantaba.
— Es la hora de irnos…
— ¿Y la cuenta?
— ¿Qué cuenta? — dijo él, levantándose, dándole brazo para que ella se agarrara, mientras las luces del restaurante se apagaban poco a poco y el servicio de Don Lay se despedía de ellos, agradeciendo su visita.
Caminando a paso lento por las tranquilas y silenciosas calles de Madrid para coger el coche, Ava no paraba de pensar en una única cosa: “¿Por qué no me besa?”, cuando su acompañante se detuvo y mirándola, dijo:
— Sé lo que piensas…
— ¿Así? ¿El qué? — contestó ella, sintiendo ya los nervios del momento imaginado.
— En el por qué no aparqué el coche más cerca… — diciendo esa tontería, pretendía romper ese silencio que reinaba entre ambos, pero ese silencio tenía que ser resuelto de otra manera.
«…diciendo esa tontería, pretendía romper ese silencio que reinaba entre ambos, pero ese silencio tenía que ser resuelto de otra manera.»
Acostumbrado a quedar con mujeres que le eran indiferentes y a comportarse de una manera apropiada para esas ocasiones, se sentía perdido y cohibido ante una situación en la que por fin había intervenido su corazón y no solo su testosterona. Tenía miedo de fastidiar esa cita, en el momento en el que su acompañante estaba deseando el que la “fastidiara”.
Abrió el coche para que Ava entre, pero ella no lo hizo. Apoyándose en el todoterreno, entre el brazo del dueño de ese vehículo, que sostenía la puerta, y el salón de coche, subió la cabeza y le miró a los ojos. La luz verde fue vista por el conductor. Cogió a Ava, y levantándola, la sentó en el asiento de G-Wagon para “fastidiar” la cita.
-FIN DE LA 1ª PARTE-
*Debido a las medidas tomadas en relación con el COVID-19 los horarios y la apertura de algunos espacios del local pueden variar.
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