CAPÍTULO XVI: Su mayor orgullo

Imagen: Werkstatt-Muenchen

*Música durante la lectura (para sentir mejor el ambiente de este capítulo os recomiendo esta canción de fondo)

Al entrar al salón y sin llegar a comprender lo que estaba sucediendo, se me acercó un gran hombre de apariencia asiática y me agarró del brazo, arrastrándome hasta el sofá en el que ya estaba sentado Alex. Me lanzó sobre él, gritándome que me estuviera quieta ahí. Vi como una silueta ya conocida para mí se levantó para reprochar, pero otro hombre la detuvo apuntándola con un arma en la cabeza. Alex se volvió a sentar y me cogió la mano, asustada vi sangre en su rostro, pero su mirada me decía “no te preocupes, todo saldrá bien”. 

El tiempo parecía transcurrir a cámara lenta mientras mis ojos recorrían una habitación ya conocida para mí. El suelo estaba lleno de cosas, como si los bandidos aquí presentes estuviesen buscando algo y por su enfado parecía que seguían sin encontrarlo. Pude contar cuatro hombres altos y corpulentos parados enfrente de nosotros, uno sentado en el sillón y otro sacando una sinuosa botella de whisky de una elegante caja de madera, como si estuviera en su propia casa. Cuando te ves sorprendida por una experiencia inesperada y chocante hasta tal punto que parece surrealista, tu mente deja de percibirla como realidad.

«Cuando te ves sorprendida por una experiencia inesperada y chocante hasta tal punto que parece surrealista, tu mente deja de percibirla como realidad.»

Glenmorangie Pride de 1981. Un excepcional whisky escocés de malta que ha estado casi 30 años en barrica para acabar embotellado en 2010 y ser abierto por mí en vuestra maravillosa presencia, — dijo con acento asiático un hombre bajito vestido de traje y gafas de sol. — ¿No te importa, no?  — preguntó él a Alex abriendo la botella que recordaba más bien un enorme frasco de un buen perfume oriental. — Es que soy un gran fan de whisky y este encuentro merece un brindis con una bebida de primera clase.

Alex asintió con la cabeza, mientras un desconocido lo seguía apuntando con la pistola. El hombre, que parecía ser el líder del grupo chasqueó los dedos y dijo algo a uno de sus súbditos, que se fue y regresó en un minuto con un par de vasos bajos con hielo.  El jefe vertió el Glenmorangie y antes de saborearlo, continuó su monólogo esnifando el olor de la bebida.

— Puedo notar olor a peras escalfadas, bizcocho de piña al horno, azúcar moreno, nuez moscada y anís, — se rio — es broma, lo acabo de leer en internet. Soy un entendido, pero no tanto, — el hombre dio un trago, al son de las risas de sus fieles seguidores que apreciaron su broma, —- pero sí, noto un dulce sabor parecido a pastel de limón con toque vainilla — terminó él, poniendo el vaso en la mesilla y ofreciendo otros dos a Alex y a mí.

— No, gracias. No bebo whisky, — dije yo como de costumbre, enseguida arrepintiéndome, tras regresar a una realidad en la que no estaba en un club donde alguien intentaba ligar conmigo, sino en mi casa propia con la mafia asiática. Cuando escuchamos muchas veces la misma pregunta, nos acostumbramos a dar la misma respuesta que ya sabemos de memoria.

«Cuando escuchamos muchas veces la misma pregunta, nos acostumbramos a dar la misma respuesta que ya sabemos de memoria.»

— Entiendo, el whisky es una bebida para los hombres de verdad. ¿Cierto? — preguntó el asiático dirigiéndose a Alex y viendo cómo él cogía el vaso. — ¡Oh, ahora lo noto! — Exclamó — Pasas y almendras tostadas como notas finales. ¿Lo sientes? ¡Fantástico! — gritó excéntricamente, mientras su equipo se mantenía inmóvil como si estuviera bajo los efectos de un tranquilizante. — “Pride” — leyó el nombre de la edición grabado de la botella.  — ¿Dime de qué estás orgulloso, chaval?

Alex tomó un trago sin contestarle. Tenía la mirada perdida, no sabía en qué estaba pensando, pero tenía miedo de que cometiese una tontería por su carácter impulsivo; una tontería letal, ya que ese loco no pensaría dos veces antes de disparar. Le apreté la rodilla y con mi mirada intenté transmitir fuerza, valentía, pero sobre todo sensatez. En momentos de mayor tensión, alguien siempre tiene que permanecer cuerdo.

«En momentos de mayor tensión, alguien siempre tiene que permanecer cuerdo.»

— De ella, — contestó él devolviéndome la mirada.

— ¿Entonces, no querrás que le pase nada? — el loco se sentó a mi lado y me acarició la cara, sonriéndome.

Las gafas de sol tipo aviador con montura de plata firmadas por la marca alemana Werkstatt-Muenchen ocultaban sus ojos, pero por alguna razón sabía que estaban llenos de arrogancia y soberbia.

— ¡No la toques, ella no sabe nada! — gritó Alex alterado, intentando levantarse de nuevo, pero el arma en la sien lo detuvo otra vez.

— Tienes razón, pero tú sabes demasiado y nos lo tendrás que contar por las buenas o por las malas, y se me está agotando la paciencia.

Seguía sin entender lo que estaba pasando. ¡¿Qué era eso lo que Alex sabía?!, o mejor dicho, ¡¿Qué era eso que Alex sabía y le importaba tanto a la mafia china?! Yo comprendía que el jefe de la banda no estaba bromeando, su espontáneo cambio de estado de ánimo, típico de un esquizofrénico, confirmaba que era capaz de explotar en cualquier momento. ¿Pero qué podía hacer? Tenía que pensar y pensar rápido. Cuando se trata de una decisión demasiado importante, lo primero que tienes que escuchar es a tu intuición, ella ya sabe la respuesta correcta antes que tu cabeza y tu corazón.

«Cuando se trata de una decisión demasiado importante, lo primero que tienes que escuchar es a tu intuición, ella ya sabe la respuesta correcta antes que tu cabeza y tu corazón.»

— Tengo que ir al baño, — fue lo primero que se me pasó por mente. Por supuesto, que no tenía ni idea de lo que iba a hacer, pero mi intuición me decía que algo se me ocurriría.

El jefe del grupo hizo una seña con la mano para que uno de los suyos me acompañase. Tenía unos cinco minutos para idear lo que sea para resolver de alguna forma esta situación.

— ¿Qué hora es? — Alex me cogió de la mano una vez que me levanté del sofá. Su mirada decía algo más allá de sus palabras, pero en ese momento no podía entender el qué.

«Su mirada decía algo más allá de sus palabras, pero en ese momento no podía entender el qué.»

Tenía tres opciones: ir al aseo que estaba más cerca de la puerta de la entrada que seguía entre-abierta, el que estaba más cerca del salón para tener a todos los presentes más o menos ubicados o al de nuestra habitación, que no tenía nada especial, pero por alguna razón sentía que tenía que ir exactamente ahí. 

Entré en el baño del dormitorio intentando entender a qué se refería Alex. Miré al espejo y vi un enorme reloj de pared reflejado en él. Un momento… ¿Qué hace un reloj en el baño? Nunca me había detenido a pensar en ello hasta ahora. Ahora entendía que todo eso tenía una explicación y un estrecho vínculo con lo que estaba pasando en esos minutos.

No era un objeto de una sola pieza, sino que uno de esos diseños modernos con números repartidos por la pared. Empecé a mirar rápidamente detrás de cada uno, intentando encontrar algo, observando cómo pasaban los segundos y sabiendo que ese recorrido no jugaba a mi favor. Subí a un taburete para comprobar los últimos tres números y vi que encima del «9» sobresalía algo que no pertenecía a ese diseño, algo que quizás respondería a mis preguntas.

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