Imagen: Four Seasons Madrid
*Música durante la lectura (para sentir mejor el ambiente de este capítulo os recomiendo esta canción de fondo)
El coche que me llevaba a la tranquilidad se detuvo enfrente de una magnífica fachada con ciento y treinta años de historia. 800 metros repartidos en siete edificios construidos a lo largo del siglo XX por cuyas ventanas un día se asomaron los más distinguidos ejecutivos de la ciudad para tomar decisiones cruciales, observando las céntricas calles madrileñas.
— Es aquí, Hotel Four Seasons *, — me dijo el conductor del vehículo, llamando mi atención que estaba por completo en lo sucedido durante las últimas horas.
— Sí, claro. Muchas gracias, — contesté yo todavía desconcertada, volviendo a la realidad, y salí del automóvil dirigiéndome hacia una elegante entrada.
— Buenas noches, bienvenida a Four Seasons, — el consierge vestido con un frac gris perla y sombrero de copa me invitaba a pasar al que ahora se podía considerar como el hotel urbano más impresionante de España.
Crucé la puerta giratoria y me vi en un majestuoso lobby de doble nivel, donde la sutileza y la modernidad de la decoración se encontraba con la sublimidad y la historia de la arquitecta, creando un tándem perfecto que emanaba elegancia y clase. Me hallé en otro mundo, un mundo de abundancia para satisfacer los cinco sentidos, un mundo en el que la vida era la primera y principal maravilla.
«Me hallé en otro mundo, un mundo de abundancia para satisfacer los cinco sentidos, un mundo en el que la vida era la primera y principal maravilla.»
Un magnífico lucernario antiguo de vidriera multicolor creado por la Casa Maumejean relucía como nuevo sobre “El Patio”, el nombre que llevaba esta sala por la historia que albergaba, pues en su día fue el patio de operaciones del antiguo Banco Español de Crédito; decenas de años después el dinero volvía al que ya fue su hogar, pero con la gran diferencia de que esta vez lo hacía para ser disfrutado.
Marta ya me esperaba sentada en uno de esos originales sillones de líneas curvas, firmados por BAMO, la firma americana experta en diseño de interiores de lujo que ha sido la responsable de crear la mayoría de los muebles y detalles que albergaba el Centro Canalejas, el complejo comercial, hotelero y residencial del que Four Seasons formaba parte. Al verme se levantó y me preguntó de forma preocupada:
— ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?
No sabía por dónde empezar. Me senté junto a ella y mirando fijamente a la escalera de espiral rodeada de grandiosas columnas corintias de mármol, empecé a contar mi historia. Las historias más sensacionales son aquellas en las que somos los protagonistas.
«Las historias más sensacionales son aquellas en las que somos los protagonistas.»
— No me lo puedo creer… — Marta me miraba atónita. — ¿Esto es una broma, no? Necesito un poco de tiempo para asimilarlo, — continuó ella cogiéndome de la mano para tranquilizarme, aunque estaba aún más nerviosa que yo, — mejor vamos arriba.
Observaba los numerosos detalles vintage restaurados bajo el mando Estudio Lamela cuyos arquitectos han llevado a cabo proyectos tan emblemáticos como la Torre Astro en Bruselas o la ampliación del Estadio Santiago Bernabéu, y centenares de obras de arte moderno que convertían este hotel en un auténtico museo donde el vanguardismo se fusionaba con la historia.
Entramos a una habitación doble bautizada como «Deluxe Alcala» en honor a la calle a donde salían sus enormes ventanales, que seguían iluminándola con la luz de las farolas de un Madrid aún despierto. Seguía el mismo estilo del hotel: conservador, elegante y con un claro guiño al arte, que junto al resto del complejo Canalejas ubicaba el Centro de la ciudad en el mapa del lujo y glamour, destronando así a la famosa “milla de oro”.
Miraba por la ventana observando cómo cae la lluvia y recordé que fue ahí donde vi a Alex por primera vez, sentado en ese coche deportivo con el nórdico. El nórdico. Cogí el bolso donde tenía las pistas para ubicar a mi prometido y el papel que hace meses me entregó Sommer.
— ¿Te importa si hago una llamada? — pregunté a Marta, recordando que mi móvil se quedó en casa.
— Claro, sin problema, — contestó ella cerrando la puerta del aseo.
Escuché cómo empezó a caer el agua de la ducha, mientras me echaba una bebida del minibar, un trago fuerte que matara mi debilidad. Cogí el trozo de papel y marqué el número de Michael después de todo este tiempo.
La conversación que apenas duró dos minutos me regresó a la tranquilidad o quizás fueron los grados del alcohol. Creía que no se acordaba de mí o eso quería pensar porque yo me había olvidado de él. Aunque Alex seguía manteniendo su amistad con el nórdico, evitábamos ese tema de conversación.
«Creía que no se acordaba de mí o eso quería pensar porque yo me había olvidado de él.»
Saqué el reloj que el policía encontró en el sofá de mi casa y me entregó en la comisaría… ¡Claro! ¡Es un teléfono! No puede ser, pensé yo revisando las cifras escritas en la pulsera del reloj. Falta un número y la combinación no tiene sentido.
— ¿Qué tal? ¿Qué te ha dicho? — Marta entró en la habitación secándose el pelo con una toalla.
— Viene mañana, — dije yo, volviendo a guardar el valioso objeto en el bolso, — tengo que volver a casa, necesito mi teléfono para llamar a Petra y los padres de Alex.
— Ava, mira la hora que es, y además no creo que sea muy sensato que vuelvas a tu casa ahora, después de todo lo que ha pasado, lo importante es que descanses y mañana ya encontraremos una solución.
Me desperté en una enorme cama con la sensación de que seguía en un sueño, un sueño que se terminaría una vez que abandonase estas paredes.
«Me desperté en una enorme cama con la sensación de que seguía en un sueño, un sueño que se terminaría una vez que abandonase estas paredes.»
— He llamado al servicio de habitaciones para que nos traiga el desayuno, — dijo Marta mientras abría las cortinas, — ah… y, por cierto, será más seguro que vaya por mi misma a comprarte el teléfono y algo de ropa, y que tú te quedes en el hotel, — continuó. ¿Sabes que están terminando de construir un centro comercial? Tres pisos con numerosas tiendas y restaurantes de lujo con acceso directo desde el Four Seasons. Me lo comentó el botones ayer…
La oía, pero no la escuchaba, mi cabeza seguía dando vueltas sobre qué podrían significar los números que Alex escribió en aquel reloj.
— …y he visto que ya han abierto Hermès… — Marta continuaba hablando, sin percatarse de que no le estaba prestando atención
— Creo que necesito una buena ducha, — me levanté de la cama, di un trago al café recién traído y me dirigí al cuarto de baño con la esperanza de que el agua aclarase mis ideas.
— ¿Qué tal si vas al SPA? — mi amiga intentaba encontrar cualquier forma de distraerme. — Es el más grande de Madrid o puede que de España: cuatro plantas y una espectacular piscina con vistas. Estoy segura de que un momento relax ahí te ayudara más que horas de agobio obligando tu cabeza a pensar. Muchas veces es lo que necesitamos: relajarnos y despejar la mente para que la solución tenga el camino fácil y libre para llegar.
«Muchas veces es lo que necesitamos: relajarnos y despejar la mente para que la solución tenga el camino fácil y libre para llegar.»
Quizás Marta tenía razón, y nos agobiamos demasiado pensando en que si nos detenemos nunca llegaremos, cuando en realidad es lo que nos hace falta para coger impulso, o quizás, es lo que quería creer y lo único que necesitaba es que alguien me diera una excusa para escapar de lo que me estaba pasando, ocultándome en placeres terrenales que podía encontrar en este lugar.
Cuando salí de la ducha, mi amiga ya no estaba. Me había dejado ropa limpia en la cama y una nota que decía que quedamos a comer en “Dani”, el restaurante-azotea de la última planta con una de las mejores vistas a Madrid, diseñado por Martin Brudnizki Design Studio y supervisado por el chef 3 estrellas Michelin Dani García.
El Four Seasons Madrid era el perfecto ejemplo de la auténtica elegancia, que prescindía de la exuberancia que se podía encontrar en otros hoteles cinco estrellas de diseño clásico. Caminaba por el pasillo del hotel en colores claros y detalles dorados, que parecía uno de esos túneles que te transmiten la seguridad de que algo bueno te espera al final. Hay caminos que no sabemos a dónde nos llevan, pero algo nos dice que llegan justo donde necesitamos.
«Hay caminos que no sabemos a dónde nos llevan, pero algo nos dice que llegan justo donde necesitamos.«
— ¿Tiene hora? — me preguntó un señor mayor salido de la nada.
— Sí, claro, — abrí el bolso recordando de nuevo que seguía sin teléfono y saqué el reloj de Alex para contestar al desconocido. Vi que estaba parado en el número nueve, el mismo en el que encontré la llave de la que todavía no ubicaba la cerradura.
— Vaya, los relojes de este nivel no suelen detenerse, debería llamar a Suiza, — contestó el hombre sorprendido y siguió caminando.
Bajé al hall con una clara idea de lo que significaban los números del reloj y sabiendo las cifras que faltaban.
— ¿Disculpe, puedo hacer una llamada internacional? Es una urgencia, — pregunté al recepcionista.
— Por supuesto, — el joven me contestó amablemente, acercándome el teléfono. Se notaba que lo hacía con total naturalidad y simpatía.
Antes de poder marcar ningún dígito, vi como una silueta que ya conocía entraba al hotel: un hombre alto de apariencia nórdica cuya mirada fue el comienzo de todo.
*Debido a las medidas tomadas en relación con el COVID-19 los horarios y la apertura de algunos espacios del local pueden variar.
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