Imagen: Gran Vía Madrid
*Música durante la lectura (para sentir mejor el ambiente de este capítulo os recomiendo esta canción de fondo)
Salí por la puerta giratoria de Four Seasons con la esperanza de que un pequeño paseo entre las céntricas calles de Madrid y sus emblemáticas fachadas me inspirase para elegir el mejor camino a seguir y solucionar todo lo que estaba sucediendo. La llegada de Sommer que supuestamente me tenía que haber aclarado las cosas y facilitado el desarrollo de un plan para salvar a Alex, me confundía aún más. La información proporcionada, o más bien, no proporcionada, por el nórdico sobre las pistas para ubicar a mi prometido me desorientaba y me hacía replantear todas las posibles explicaciones a esta historia; pero no era eso lo que más complicaba mi búsqueda, sino que la mirada de Sommer, que me aturdía y me hacía olvidar de aquel noble propósito.
— ¡¿Ava?! — una voz masculina me llamó mientras me alejaba de hotel por la calle Sevilla.
Me giré y vi una alta silueta. Esperé hasta que se acercara, pensando en que deseaba estar junto a él, pero ese deseo me asustaba, pues sabía que no era lo que tenía que pensar. Era él, el hombre que me perdía, pero me ayudaba a encontrarme a mi misma.
«Era él, el hombre que me perdía, pero me ayudaba a encontrarme a mi misma.»
— ¿A dónde vas? — me preguntó Sommer. Miré al suelo antes de que nuestros ojos pudieran encontrarse, todavía no me atrevía a que eso pasara, sobre todo, cuando estábamos tan cerca. Aun así, podía notar su perfume, que transmitía fuerza y masculinidad a través de las cautivadoras notas con olor a ron oscuro, vainilla, frutos secos, pachulí y un toque amaderado.
— A ninguna parte, — contesté yo. Decía la verdad, mi camino no tenía rumbo; lo hacía con frecuencia cuando no sabía a dónde me estaba llevando la vida.
«…mi camino no tenía rumbo; lo hacía con frecuencia cuando no sabía a dónde me estaba llevando la vida.»
— ¿Puedo acompañarte? — su pregunta me sorprendió, pero me gustó tanto, que no le pude decir que no, a pesar de que me había concienciado para un paseo solitario. Si una persona quiere entablar el camino contigo, aunque desconozca la ruta, es porque no le importa a dónde vayáis, siempre que lo hagáis juntos.
«Si una persona quiere entablar el camino contigo, aunque desconozca la ruta, es porque no le importa a dónde vayáis, siempre que lo hagáis juntos.»
— Sí, claro, — dije yo y seguí caminando con él a mi lado por la calle Alcalá, hacia la Gran Vía. — ¿Y Regina? — pregunté para romper el silencio.
— Se quedó con su hermana en el hotel, — tienen mucho que contar una a la otra.
— Que casualidad todo esto, ¿no? — continué con una sonrisa nerviosa, subí la cabeza para verlo, pero quité enseguida la mirada. — Me refiero a que vengas a visitarme y tu novia resulte ser la hermana de mi amiga.
— El mundo es mucho más pequeño de lo que parece, si tienes que encontrarte con alguien — pasará, — me contestó riéndose mientras cruzábamos la calle. — Regina me cuidó después del accidente, era la enfermera en el hospital donde me llevaron cuando todo eso sucedió. Gracias a ella recuperé la memoria y descubrí alguna que otra mentira de la gente que rodeaba en aquel momento. Tampoco quiero entrar en más detalles. Es una chica sincera y buena, hace mucho que no me encontraba con mujeres así.
«El mundo es mucho más pequeño de lo que parece, si tienes que encontrarte con alguien — pasará.»
— Entiendo… hacéis buena pareja, — dije yo, a pesar de que me habían invadido ciertos celos a los cuales no tenía derecho. — Por cierto, no terminaste de contarme qué significaban los objetos que te di: el reloj y la llave, — cambié de tema para evitar escuchar sobre su feliz relación con Regina.
— ¿Te parece si entramos a tomar un café y te lo cuento en un ambiente más tranquilo?
— Claro, — le contesté mientras cruzábamos la puerta del histórico edificio Grassy, ubicado en el primer número de la Gran Vía.
El diseño de “La Primera” era el equilibrio perfecto de un estilo minimalista en colores lisos y líneas pulcras que se complementaba con acogedores muebles de madera y elegantes tapizados en colores turquesas, verdosos y gama de grises. La cocina de este restaurante te transportaba a los sabores de Santander, una de las ciudades más gourmande de España, pero con las maravillosas vistas al corazón de Madrid.
— Buenas tardes, ¿Qué desean tomar, señores? — nos preguntó amablemente el camarero. Lo cierto es, que no había comido nada en todo el día, los nervios no me dejaban hacerlo, pero encontrándome en este entorno, no pude evitar degustar algunos de los famosos platos de “La Primera”.
— ¿Qué nos recomienda? — pregunté yo, sintiendo como Sommer se alegraba de la repentina reaparición de mi apetito.
— Si es la primera vez que venís aquí, tenéis que probar las rabas de Santander y las anchoas de Santoña, sí o sí, también os recomendaría los buñuelos de bacalao. Todo está muy rico.
El camarero tomó la nota del pedido, dejándonos solos uno en frente del otro.
— Bueno, cuéntame, — dije al nórdico, observando cómo llegaba nuestra bebida, pues cualquier excusa era válida para no mirarle a los ojos.
— Eeeh, por dónde empiezo… — mi acompañante tomó un trago de vino y continuó. — Este verano, como la última semana de junio o así, estuve en Suiza con Alex. Un día de ese viaje fuimos a elegirme un reloj y me compré este, — me dijo sosteniendo el elegante reloj suizo que la policía encontró en mi casa, y que yo le entregué. — En la tienda me hice amigo de la dependienta, bueno amigo… ya me entiendes. Estos números es su número de teléfono — me enseñó las cifras escritas en la pulsera de éste — y la llave, es la llave de mi apartamento en Ginebra, — continuó, poniéndola sobre la mesa. — Nunca llegué a quedar con esa asiática. En realidad, ni siquiera me interesaba, fue por una apuesta con Alex. Ellos sí estuvieron viéndose mientras estábamos en Suiza, luego ya no sé qué pasó, porque me fui antes que él… Cuando estuve en Madrid por última vez, me confesó que a veces todavía la visitaba. Me dejé el reloj mi apartamento y como sabía que él iba a menudo, le pedí que me lo trajera, pero por diversas circunstancias que ya conoces, eso se quedó en el olvido.
Miré los dos objetos y subí los ojos para encontrarme con los suyos. Los pensamientos que estaban en todo lo que podía haber sucedido entre mi novio y esa asiática, que seguramente estaba vinculada a lo que estaba pasando, se borraron de mi mente en cuanto vi esa magnética mirada a la que ya era una adicta. Es la primera vez que estaba lo suficientemente cerca para ver el color de sus ojos y volver a notar el olor de su perfume “Straight to Heaven” by Kilian (“Directamente al Cielo”). Tenían el mismo color y la profundidad de un océano, yo sabía que me podía ahogar en ellos porque cada vez que los miraba me quedaba sin aliento.
«Tenían el mismo color y la profundidad de un océano, yo sabía que me podía ahogar en ellos porque cada vez que los miraba me quedaba sin aliento.»
— Tengo que salir un momento, — dije yo, levantándome rápidamente del sofá, baje por las escaleras y salí por una pesada puerta a la ya oscura Gran Vía, iluminada por las luces de las farolas.
Estaba parada en medio de la calle, sin abrigo y sin la más mínima idea de lo que estaba sucediendo. Observaba cómo la gente y los coches bajaban y subían por la avenida, en mi cabeza los veía a cámara lenta y sin sonido, cuando en uno de esos momentos apareció la persona que menos me esperaba: Alex estaba sentado en el asiento de atrás de un Mercedes negro, riéndose, sano y salvo, como si nada hubiera pasado.
*Debido a las medidas tomadas en relación con el COVID-19 los horarios y la apertura de algunos espacios del local pueden variar.
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