Imagen: Plaza Callao Madrid
*Música durante la lectura (para sentir mejor el ambiente de este capítulo os recomiendo esta canción de fondo)
Estaba paralizada en medio de la Gran Vía viendo los coches arrancar para continuar su rumbo. Alex se alejaba de mi vista y de mi vida. Mientras sentía cómo un abrigo arropaba mis hombros, mi mente todavía estaba en lo que acababa de pasar.
— ¿Estás bien? — me giré y vi a Sommer parado enfrente mía. Estaba tan cerca que prácticamente podía sentir el calor de su cuerpo, mientras sujetaba mi abrigo de las solapas. Con mi mirada desubicada encontraba en sus ojos la paz.
«Con mi mirada desubicada encontraba en sus ojos la paz.»
— ¡¿Michael?! — una voz que no me era familiar llamó a Sommer. Regina se acercaba a nosotros, mientras nos alejábamos uno del otro. — ¡Te estaba escribiendo! — dijo sonriendo al llegar, y lo besó en los labios, lanzándome una mirada de actitud desafiante, con el propósito de dejarme claro que este era su territorio.
— Estábamos a punto de… Bueno, no sé si cenar, comer, merendar… En fin, a punto de degustar lo que se cocina de este sitio, — el nórdico contestó con una sonrisa nerviosa a su novia, desviando la mirada hacia la grandiosa puerta ubicada en el edificio Grassy.
— Me muero de hambre, — dijo ella acercándose a su amado lo máximo posible para hacer entender que necesitaba de su cuidado y atención.
— Si no os importa, me voy a dar una vuelta. No me encuentro bien, necesito tomar un poco de aire, — interrumpí el momento de mimos que Regina había iniciado para incomodarme. Quería escapar para estar sola, a pesar de ya encontrarme así.
— Claro, — respondió la morena con un tono entusiasta y, sin darle más vueltas, cogió a Sommer de la mano, metiéndole prisa para entrar dentro del local.
Sonreí de forma seca y empecé a caminar sin esperar la respuesta de Michael. Sentía cómo su mirada se clavaba en mi espalda como un cuchillo que no me podía matar, pues ya no me sentía sin vida.
«Sentía cómo su mirada se clavaba en mi espalda como un cuchillo que no me podía matar, pues ya no me sentía sin vida.»
No sabía a dónde ir, solo quería huir de todo lo que estaba pasando. No quería una explicación, no quería buscar a nadie, ni nada más, solamente perderme en esa muchedumbre de personas desconocidas que caminaban por la céntrica avenida madrileña.
Me detuve enfrente de una emblemática joyería situada en Gran Vía 26, La Unión Suiza: un negocio de seis generaciones y 180 años de historia, que desde los años 50 del pasado siglo también brindaba a la capital de España sus exclusivas joyas. Distraída, observaba ese escaparate repleto de espléndidas joyas con piedras precisas y relojes de primera gama como Patek Philippe, Breguet o Roger Dubuis, sentí la vibración de mi teléfono que recibía la llamada de un número desconocido.
— ¿Sí? — respondí con cierta confusión, deteniendo mi atención en un virtuoso diseño de Bovet que confirmaba el arte de la relojería.
— ¿Señorita Gerber? — escuché una voz masculina sería y tajante. — Soy el inspector Aguirre, tenemos noticias sobre su prometido. ¿Podría acercarse a la comisaría? — dijo él.
— Claro… claro, — contesté de forma nerviosa y pausada. Yo también tenía noticias para él, pero no sabía si los motivos y el coraje suficiente para confesarlas a las autoridades.
— Muy bien, la espero aquí. Hasta pronto, — concluyó el inspector, terminando la llamada y dejándome con un nudo en la garganta.
Me quedé parada un par de segundos, mirando los anillos de compromiso que deslumbraban protegidos por el cristal del escaparate de La Unión Suiza, la joya que sella las uniones más preciadas, y desvié la mirada hacia mi dedo anular donde relucía un majestuoso diamante fancy yellow de talla pera, con el que Alex aparentemente demostraba toda la seriedad de sus intenciones conmigo. Aquel reciente viaje a París se veía tan lejano para mí que parecía formar parte de otra vida, de una vida que aquí y ahora carecía de sentido.
«…era tan lejano para mí que parecía formar parte de otra vida, de una vida que aquí y ahora carecía de sentido.»
Antes de acudir a la comisaría tenía una llamada pendiente que podía ayudarme a aclarar aunque sea un poco lo que estaba sucediendo en este momento.
Aceleré el paso con la esperanza que la rapidez de mi caminar influyera en el transcurrir de mis ideas, llegando a la emblemática y concurrida plaza Callao, la preferida para los estrenos de las películas más sonadas y la que las marcas elegían como la anfitriona de sus eventos más creativos. Parada en medio de todo aquel ajetreo, saqué del bolsillo de mi abrigo la pista que me podía explicar lo que estaba pasando y marqué el número que figuraba en ella.
— ¡Por fin! ¿Por qué has tardado tanto? — escuché una voz en la que quería confiar, pero ya no podía. — ¿Ava? ¿Estás ahí? — Alex hablaba de una forma tranquila y segura, como si todo lo que había pasado las últimas 24 horas era fruto de mi imaginación. — ¿Dónde estás? — continuaba él, sin escuchar mi respuesta.
— ¿Alex, qué está pasando?
— ¿Dónde estás? — repitió la pregunta, ahora de una forma más alterada y brusca.
— Te llamo ahora, — dije yo colgando sin terminar la conversación.
El teléfono volvió a sonar y el mismo número que acababa de marcar apareció en la pantalla: Alex quería ubicarme en su mapa, mientras lo único que yo necesitaba era perderme sin que nadie me pudiera encontrar… nadie, excepto Sommer. Al lado de Sommer sentía tranquilidad, a pesar de que mi corazón se pusiese nervioso con su presencia.
«Al lado de Sommer sentía tranquilidad, a pesar de que mi corazón se pusiese nervioso con su presencia.»
Marqué el número de Michael, pero antes de que él pudiera contestarme finalicé la llamada. Casi siempre, las respuestas que más necesitamos obtener, son las que más tememos escuchar.
«Casi siempre, las respuestas que más necesitamos obtener, son las que más tememos escuchar.»
Me apresuré hacia el hotel sin saber cuál sería el camino que iba a seguir después; ya no creía en Alex, pero seguía enamorada de él, lo que me empujaba a escuchar la explicación a toda esta historia. Daba pasos de forma automática e indiferente, lo importante era caminar, porque cada vez que me detenía sentía que un cúmulo de dudas se abalanzaba sobre mí.
Crucé de nuevo la puerta giratoria de la entrada del hotel, ubicándome en medio de un amplio hall tapizado en color perla e iluminado por una vidriera, y continué hacia los ascensores para llegar a mi habitación. Necesitaba unos minutos de paz y silencio que me ayudasen a escuchar mi voz interior.
«Necesitaba unos minutos de paz y silencio que me ayudasen a escuchar mi voz interior.»
Sentada sola en una cama con vistas a la Calle Alcalá volví a marcar el mismo número al que llamé hace unos instantes en la Plaza Callao, pero esta vez con la certeza y el valor necesarios para escuchar lo que me tenian que contar. Estaba preparada para saber la verdad, la verdad que me contestase a tantas preguntas que no paraban de incordiarme. Tras la conversación, la decisión de encontrarme con el protagonista de esa llamada, está vez en persona era firme y segura; el miedo que se apoderó de mi cuerpo hace unos instantes desapareció como por arte de magia. Frecuentemente, en los que los momentos de debilidad, nos olvidamos de que somos fuertes.
«Frecuentemente, en los que los momentos de debilidad, nos olvidamos de que somos fuertes.»
La silueta masculina que intentaba evitar, pero junto a la que tanto ansiaba estar se detuvo enfrente de la puerta de Alcalá Deluxe: Sommer llamaba a mi habitación con la decisión de decirme algo importante, se podía leer en esos profundos ojos azules, pero lo no lo iba a oír hoy, pues me subía al oscuro Mercedes que vi pasar hace unos instantes por la Gran Vía.
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